sábado, 22 de octubre de 2022

Ruta de al-Mutamid II




PAISAJE HISTÓRICO

Al-Mutamid, el rey que da nombre a la ruta, aunó la mayor parte del territorio de este itinerario en un solo reino durante la Edad Media. Con capital en Sevilla, estas tierras alcanzaron en ese momento su mayor esplendor, tanto territorial como cultural, al convertirse, a instancias del rey al-Mutamid, en un centro de atracción para la cultura y la poesía, de la que al-Andalus era rica en ese tiempo de disolución política.

Durante la Prehisto­ria, la fachada occidental de la Península Ibérica permaneció al margen de los grandes movimientos culturales; sin embargo, a finales del Neolítico apareció el primer foco cultural luso de carácter original: la cultura megalítica que alcanzó a Gales y Bretaña. Las Edades del Bronce y del Hierro en Portugal no difieren gran cosa del resto de la Península: celtas e íberos expandieron su organización social y su cultura agraria y pastoril por todo el país, mientras en la costa, fenicios, griegos y cartagineses fundaban factorías, establecían circuitos comerciales y explotaban las riquezas metalúrgicas.

El primer pueblo con personalidad diferenciada que surge en Portugal es el lusitano, asentado entre el Tajo medio y el Duero. A partir del siglo II a.C. ya se había extendido desde el Atlántico hasta el interior de la Meseta Central. Su belicoso carácter y sus frecuentes incursiones en la ya romanizada y rica Bética hizo inevitable la confronta­ción con Roma, asentada en la Península desde el fin de la Segunda Guerra Púnica. Mientras estuvieron los lusitanos aglutinados bajo el mando del legendario pastor Viriato, no pudieron los romanos establecerse con seguridad al Sur del Duero, cosa que ocurrió tras su muerte a traición.

Tras la fase de las invasiones germanas en las que los suevos dominaron el Norte del Tajo y los visigodos el Sur, éstos últimos lograron imponer su total dominio en el siglo VI. Un siglo después se produjo la conquista musulmana.

La Lusitania musulmana fue ocupada en tres campañas sucesivas en las que se fue ampliando el territorio hasta el Norte. Las campañas, al igual que en todo al-Andalus, fueron muy rápidas, entre el 712 y el 715 y fueron dirigidas por el General Musa Ibn Nusayr y su hijo Abd el Aziz, que fue el primer Emir del territorio conquistado al otro lado del Estrecho de Gibraltar.

A mediados del siglo XI Abbab Ibn Muhamad al Mutadid, que reinó entre 1042 y 1069, en sucesivas campañas sometió entre el 1051 y el 1053 los reinos de Niebla, Huelva-Saltes y santa María del Algarve, en un proceso que culminó en la toma de Silves en 1054. De esta forma, en muy pocos años, logró apoderarse de todo el Al- Garb aprovechando la falta de consistencia de los diferentes reinos en que estaba dividida.

El inevitable fin de la presencia musulmana en Al-Garb se inició tras la derrota del emir almohade Abd Allah Muhammad al-Nasir en la batalla de las Navas de Tolosa en 1212. A partir de este momento se sucede la caída de plazas musulmanas en manos cristianas. Esta presencia se saldó con un rico legado cultural del que cabe destacar nombres como el del teólogo de Evora Abu Bakr o Abu al-Walid de Beja, juristas como Abu Imran de Mértola, lingüistas como al Alaman de Faro e Ibn Serray de Santarem, matemáticos como Ibn al-Sid de Silves y grandes poetas como al Qurasi o Ibn Muqana de Lisboa.

Los orígenes del reino cristiano de Portugal arrancan de la pequeña ciudad de Portocale situada en la desembo­cadura del Duero, sede de un obispado en época romana y de una división administrativa sueva, y que permaneció despoblado durante el siglo VIII a consecuencia de las campañas de los reyes cristianos. El Papa Alejandro III reconoció la definitiva independencia del reino portugués en 1179.

Con la dinastía de Borgoña, que se prolonga hasta 1383, se culmina la reconquista portuguesa bajo el reinado de Alfonso III con la toma de Faro.

Tras la derrota de las pretensiones castellanas sobre Portugal en 1385 en Aljubarrota, comienzan los reinados de la dinastía de Avis. A esta dinastía pertenecieron reyes como Manuel I, que llevó a su culmen el poderío mundial portugués, e infantes como Enrique el Navegante, que en Sagres fundó un observatorio y una escuela de Cosmografía, que fueron el arranque de todos los viajes y descubrimientos en busca de nuevas vías comerciales con el Lejano Oriente y que supusieron, además, la base del engrande­cimiento económico y territorial en Ultramar de Portugal. Esta dinastía acabó con la muerte del joven rey Don Sebastián en la desastrosa empresa de Alcazarquivir en 1578. Pasó entonces Portugal con todas sus posesiones a la España de Felipe II. Los reinos permanecieron asociados hasta tiempos de Felipe IV. En 1640, una sublevación proclamó al Duque de Braganza como Juan IV de Portugal. Desde entonces hasta nuestros días se ha mantenido la independencia de Portugal, marchando ambos países por caminos paralelos.

Aunque esta ruta pretende un recorrido por el Algarve, provincia lusa íntimamente ligada a la historia de al-Andalus, no podemos dejar de aconsejar al viajero que, antes de entrar en ella, visite Lisboa, la capital de Portugal.

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